martes, 1 de junio de 2010

MIS VACACIONES (parte III y última)

Querido diario,


Aquella última noche en Italia, tras la deplorable actuación del recepcionista gay del hotel que me pedía a gritos un “beso salivero” , se resolvió de la mejor forma para mi. Y para el acosador italiano.

Utilicé mis grandes dotes dramáticas, para convencer al recepcionista que finalmente me daba por vencido y que caía en sus redes amorosas. Pero que, para tan mágico momento donde afloraría en mí el instinto femenino que todo macho esconde, debía estar plenamente preparado. Le pedí con unos engañosos ojitos acaramelados y unas caricias en la papada del “italianufo”, que me otorgara media hora para prepararme y crear el ambiente idónea en mi habitación. Y coló, vamos que si colo: lo engañé como a un lelo!

Solo me faltaba pensar como me lo quitaba de encima al pasar aquella media hora...


-Piensa Capi, piensa...


Y simplemente ocurrió!

Sabiendo de mi presencia en tierras italianas, mi archi-enemigo Morcillus (que por cierto hace tiempo que no sé de él!) envió a uno de sus secuaces de la zona a intentar acabar con mi has ta el momento súper-heroica vida.

Detecté su presencia en el mismo instante que cerré la puerta de la habitación. Un intenso y penetrante perfume de Italian Lover recreaba la atmósfera de la habitación. Un aroma solo equiparable asu conocida gemela en Torontontero: la colonia Brumel “la colonia de los muy hombres”.

De repente, un radiocaset apareció de la nada, desplazándose por la moqueta con la ayuda de unas ruedas de monopatín incorporadas en la carcasa del aparato. Sonaban las primera notas de una melodía...

La habitación se oscureció dejando solo la luz de una foco aparecido de yo que sé donde.

Y una figura se presentó entre la oscuridad de la habitación. No distinguía muy bien quién era, pero al llegar al circulo de luz, descubrí amargamente quién era.


-Noooo, Eros Petarzzotti nooooo!!


Terrible tortura es la de clavarte cañas de bambú debajo de las uñas, electrodos en los testículos, pegarte en la planta de los pies con una vara de acero, obligarte a jugar con la Barbie y el Ken sabiendo que este último pierde el oremus por un buen “pepino”... Pero tener que aguantar el recital de un solista italiano con voz nasal... eso es peor que la muerte!!


-Questa canzone la dedico a te, Capitán Chistorra.




Y el muy “jodío” comenzó a cantar!

Yo notaba como mis neuronas se iban derritiendo, los tímpanos incapaces de escuchar otra cosa que aquella maldita melodía, sudor frío... Debía actuar de inmediato! Lo primero que conseguí hacer era meterme en los oídos las pastillas de jabón que regalan en los hoteles. De alguna manera conseguí frenar aquella maldita audición “romanticoide”.

Seguidamente, agarré el precinto de plástico del váter (aquel que certifica que la taza donde aposentas el pandero ha estado debidamente higienizada para que no se te metan bichos raros por el ojete mientras dejas el truño) y me lancé con mi súpervelocidad hasta Eros.

A duras penas me aguantaban en pie. Su voz penetraba en mi cerebro y me obligaba a... cantar!!

“No, Chistorra!” pensé “A ti te gusta otro tipo de música!!”. Me obligué a cantar una de las canciones de mi repertorio de ducha.




Suficiente! Conseguí enmudecer al cantante precintando su boca y, poco después, inmovilizarlo utilizando hilo dental.

Después de recuperarme, llamaron a la puerta. Era el “pesao” del recepcionista! Como le explicaba yo todo aquel altercado con Eros Petarzzotti. Aún pensaría que lo había preparado todo para nuestra “romántica cita”. A menos que...

Cerré todas las luces de la habitación, desnudé al cantante, lo estiré en la cama y... A oscuras grité al recepcionista que ya podía entrar.

De la mejor manera que pude, y escondido bajo la cama, le dije al “sarasa” que era muy tímido y que me gustaba hacerlo a oscuras. No planteó problemas el muchachote y tras explicarle que me gustaba el rollo dominante-dominado, le dí “libertad” para hacer lo que quisiera con mi cuerpo.

Bueno, con el cuerpo de Eros...


Lo mas duro fue escuchar los gemidos del recepcionista durante toda la noche dándose el “señor gustazo” sin parar. Mejor eso que tener que explicar ciertos problemas al sentarse en la butaca del avión de vuelta a casa.


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