Pablito era un niño diferente a los otros y tan solo nacer esas diferencias fueron evidentes. Una vez su madre dio a luz, y perdió para siempre el mundo de vista, la enfermera tubo que azuzarle y darle una buena dosis de sopapos en el culo para conseguir su primer apagado llanto.
A medida que fue creciendo, todos los compañeros de la clase, nos dimos cuenta que no era un chavalín como nosotros. A la hora del almuerzo todos devorábamos nuestro pan con nocilla, las galletas Príncipe o, los mas afortunados, el pan con mantequilla y mortadela. Pero Pablito, con su poco nervio extremo que podía sacar de quicio al maestro mas paciente, abría su fiambrera para devorar uno tras otro una colección de gusanos, escarabajos y otras criaturas altamente asquerosas. Eso no era muy normal que digamos!
A la hora del patio nadie lo escogía en los equipos de fútbol. No era muy rápido que digamos. Se movía tambaleándose de un lado para otro, con los brazos alzados como si quisiera darte un abrazo y unos ojos inexpresivamente blancos. Al final acababa siendo el arbitro. Es decir, no hacía nada.
Solo un juego parecía motivare: el del teléfono. Aquel juego de irse susurrando cosas al oído le parecía gustar. El problema era que, en mas de una ocasión, a Pablito se le escapaba un “mordisquito” y el marrón era para nosotros al tener que explicar al maestro como había “perdido” un trozo de carne del cuello o de la oreja el compañero de juegos de Pablito.
Recuerdo que una vez fuimos de campamentos de verano. En nuestra tienda dormíamos Alberto “Caragüevo”, el Lucas, Pablito y yo. Por la noche era un espectáculo ver a Pablito como se levantaba a medianoche y comenzaba a dar vueltas a nuestra tienda repitiendo una y otra vez con su inolvidable voz gangosa aquello de “teeengooo haaammmbreee”. Nos echábamos unas risas... La cosa no fue tan divertida cuando se encontraron a nuestro compañero comiéndose la pierna del alumno chino de intercambio. Sobretodo porque Chao-Lin había pagado como todos los campamentos de verano. No me quiero ni imaginar como se pondría su madre al ver que su hijo volvía a casa con una pierna de menos.
En el instituto la vida de Pablito no cambió mucho. Se echo una novia muy rara. Se llamaba Macarena. Iba siempre vestida de negro, con gafas oscuras, ojos y labios pintados de negro y con la manía de recordar continuamente que no iba de luto sino que era “gótica”. No entendí nunca que una persona quisiera ir vestida como una iglesia...
Pero la cosa no funcionó entre ellos dos. Macarena lo dejó diciendo que “la hacia sentir demasiado viva”, la muy guarra!
Después... perdí la pista de Pablito. Me pareció verlo en alguna fiesta mayor de nuestra ciudad... o era en un entierro? No lo recuerdo. La cuestión es que llevo unos días pensando en organizar una cena de antiguos alumnos, puede ser divertido.
Haber si tengo suerte y contacto con toda la pandilla.
Jajajaja este blog es lo más!!
ResponderEliminarChé cuando hagas la cena con Pablito yo quiero ir!
Saludos!
Cloe, tu tranquila que a la que monte la cena de ex-alumnos tu serás la primera en saberlo. Imaginate el menú en manos de Pablito: de primero sopa de ojos, de segundo croquetas de higadillos y de postres... mouse de pulmón!
ResponderEliminarEspero verte por aquí mas a menudo y me gusta que te guste.
Saludos y kissus