Querido diario,
Aún recuerdo el día del accidente.
De hecho, no podría considerarse accidente cuando fui yo el responsable de todo lo que ocurrió aquella noche y sus consecuencias en mi vida.
Después del desfile, todos los muchachos que habíamos participado en la Colección Tanga Felino 2009, decidimos buscar un lugar donde cenar. Después de descifrar las palabras de uno de los técnicos, nos dirigimos al barrio de Santa Cruz.
La imagen era del todo impactante! Nunca había estado en un lugar como aquel: la plaza mayor de aquel barrio estaba decorada a base de banderas de diversos países (algunos de los cuales les habían cambiado sus colores sin importarles lo mas mínimo), en el escenario una pareja de cuarentones vestidos como si tuvieran veinte cantaban los últimos éxitos del verano pasado a base de organillo CASIO, tras el escenario se podía ver el espacio destinado a las atracciones de dudosa seguridad, por aquí y por allí los jóvenes realizaban un extraño ritual quemando una pequeña piedra negra a la que mas tarde mezclaban con el tabaco de un cigarro y acababan fumando...
El ruido era ensordecedor, el olor a orines y fritanga mareaba, la multitud era asfixiante...
No sé como, me encontré rodeado de autóctonos de aquella zona que se pasaban el uno al otro un gran vaso de plástico con un misteriosa bebida que provocaba en ellos una gran euforia. Nunca había vista antes a gente bebida y era para mí una situación algo intimidatoria. Uno de ellos, creo que el mas borracho de todos, me ofreció el vaso para que bebiera un sorbo:
-Veeeenga, mushasho...hip... dale un tdago ar Kalimosho...hip!
Y no me preguntes porqué, pero... le dí un trago!
Puede que fuera por curiosidad, puede que por temor a las represalias del grupo que me miraba con cara rara al ver que no pasaba la bebida.
Noté un amargo sabor bajando por mi garganta, calentando mi estómago y revolviendo mis entrañas como si un hormiguero habitará en ellas.
Pero no acabó aquí la cosa, porque después de aquel trago vino otro, y otro, y otro...
Y perdí el mundo de vista. Recuerdo la sensación de una alegría absoluta, una dificultad notable para hablar con claridad (como si la lengua se hubiera hinchado), un mareo que me provocaba caminar de un lado para otro y... muchas ganas de mear! Y aquella sensación fue la provocó el accidente.
Debían ser altas horas de mañana, aunque las calles aún estaban a rebosar de gente con ganas de fiesta, y los chiringuitos de la plaza recogían sus enseres. Yo estaba mas que perdido, sin saber muy bien como había llegado a aquella situación y necesitaba orinar de inmediato.
Encontré lo que creía que era un urinario público, de aquellas pequeñas casitas individuales donde poder realizar tus necesidades. Entré y todo estaba a oscuras. Palpando en la pared, buscaba algún objeto que me guiara en aquel espacio desconocido por mi. Me extrañó sobremanera el fuerte olor a fritanga que envolvía el interior del lavabo público, al igual que lo espacioso que era la instalación transportable, pero aquella noche había descubierto tantas cosas nuevas que no le dí importancia.
No podía aguantar mas, así que me bajé los pantalones y... recé por tener puntería en aquella oscuridad infinita.
Un CLACK me entrecortó el... el... ya me entiendes... el pípi! Asustado, aún con los pantalones abajo, intenté abrir la puerta: estaba cerrada!
Estaba encerrado en un lavabo público, con el trasero al aire, medio borracho y sin saber que hacer! Bueno, sí sabía que hacer: gritar!
De nada sirvió, nadie escuchaba mis llamadas de socorro y auxilio. De repente, escuché el sonido de un motor de furgoneta y el lavabo público comenzó a moverse. Por Armani, me estaban secuestrando en un lavabo público!!
Pánico, terror, histeria... No puedo definir qué sentí en aquellos minutos. La oscuridad y el olor a fritanga no ayudaban en absoluto a calmar mis nervios.
No sé cuanto tiempo viajé me aquella caseta ya que, entre la borrachera y el traqueteo del trayecto, me quedé profundamente dormido.
Horas mas tarde desperté y se hizo presente la situación en la que me encontraba. Entre las rendijas de la puerta, unos hilos de luz entraban al interior de la caseta dándome la posibilidad de descubrir donde me había metido.
Allí donde me encontraba no era un lavabo público sino el chiringuito de bocadillos de chistorra!
Creo que el estado de embriagador en el que me encontraba me hizo confundir uno por el otro. Ahora entendía el olor penetrante a fritanga!
Solo debía esperar que los propietarios del chiringuito móvil aparecieran para pedirles ayuda y salir de aquella comprometida situación.
Pasaron los minutos y nadie aparecía. Los minutos se transformaron en horas y las horas en días y los días en semanas...
Tras un mes de alimentarme únicamente a base de chistorras, alguien abrió la puerta.
Era el propietario que, con una horrenda camiseta con la inscripción “Recuerdo de Benidorm”, se quedó pálido al encontrar toda su despensa de chistorra totalmente vacía y un desconocido con ropas sucias y asquerosas, olor penetrante a días sin ducha y un cuerpo que abultaba buena parte del chiringuito.
El pobre hombre se desmayó en el acto, a lo que yo aproveché para salir tan rápido como pude de aquel lugar.
Poco mas tarde observaría con mis propios ojos los cambios que aquel mes de clausura, a base de chistorra, habían provocado en mi persona. Y los cambios no solo fueron físicos... Pero eso, querido diario, te lo explicaré otro día.
El antes y el después del accidente en el chiringuito de chistorras
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